dissabte, 2 de maig del 2009

Cuba: Reformistas vs. talibanes?


Pablo Stefanoni

¿Cómo leer los últimos acontecimientos de Cuba? Como en un súbito regreso a la Guerra Fría, los expertos de izquierda y derecha salieron a intentar descifrar los escasos y crípticos mensajes emitidos por el gobierno y, sobre todo, por el aún Comandante en Jefe, quien pese a titular sus columnas con el humilde rótulo de “reflexiones”, ocupa las primeras planas de los noticieros, los diarios y los mailing de las embajadas, sea para hablar de la crisis económica mundial, de política local o de temas más cotidianos como los “errores” de la selección cubana de béisbol (si consideramos las reflexiones de estos últimos días).

La izquierda fidelista internacional quedó tan descolocada que, o eligió balbucear una serie de frases tan generales como evasivas o prefirió, en contados casos, tomar el toro por las astas y admitir -como el editor del site Rebelión Pascual Serrano- que “los amigos de Cuba nos encontramos sin fuerzas ni información para explicar la institucionalidad cubana”. Y no es para menos: hasta el día anterior a su destitución – que incluyó una condena por “indignos”, por aprovecharse de unas mieles del poder por el que no lucharon y haber creado ilusiones en el enemigo- el vicepresidente Carlos Lage y el canciller Felipe Pérez Roque eran las caras más conocidas del régimen fuera de la isla, después de Fidel y Raúl Castro, además del nexo privilegiado con gobiernos afines y políticamente importantes como Bolivia y Venezuela. Al punto de que se los percibía como los emergentes del recambio generacional que, sea por decisiones políticas o leyes de la biología, tarde o temprano deberá producirse. Obviamente, la ola de destituciones demorará algún tiempo esa infalibilidad histórica.

Las destituciones fueron un baldazo de agua fría que recordó purgas –que aún generan explicaciones diversas y contrapuestas- como la del general y héroe de la Revolución Arnaldo Ochoa, al parecer simpatizante de la Perestroika y muy popular en Cuba, fusilado “con mucho pesar” por el gobierno en 1989, después de admitir en un juicio televisado, cargado de clichés moralistas, haber participado del tráfico de cocaína, marfil y diamantes, tejiendo vínculos con Pablo Escobar y aprovechando las misiones militares en Angola. O la del ex canciller, joven estrella y niño mimado de Fidel, Roberto Robaina, hace diez años, que terminó trabajando en el Parque Metropolitano de La Habana y hoy, según sus palabras, sólo se dedica a pintar.

Años antes, en 1992, Carlos Aldana –acusado de querer ser el Gorbachov cubano- sufrió la maldición de los “número 3”, considerados por los analistas y diplomáticos sucesores “naturales” de los hermanos Castro.

“Esta purga me recuerda un poco la furia con la que Raúl eliminó a la gente del Centro de Estudios sobre América en el '96. Era una cuestión de control. Raúl puede hablar de reformas cuando él lo considere conveniente, pero que no se atrevan otros a hacerlo. De nuevo, creo que es una cuestión de control y no necesariamente de oposición sustantiva a dichas ideas”, opina el profesor del Brooklyn College y autor de The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered, Samuel Farber.

La falta de pruebas -o el hermetismo sobre ellas- en las acusaciones lanzadas por Fidel y el tono de confesión inquisitorial de las cartas de Lage y Pérez Roque admitiendo los “errores” y jurando lealtad a la revolución, a Fidel y a Raúl, dibujaron una imagen brezneviana de secretismo burocrático cuestionable en el siglo XX pero casi imposible de justificar para las izquierdas del siglo XXI. Las preguntas vinieron solas: ¿los cubanos no tienen derecho a saber cuáles fueron los terribles delitos que mandaron a su casa y extinguieron en un abrir y cerrar de ojos el poder de dos referentes de la revolución?, ¿si cometieron delitos no deberían ser juzgados en el marco de la institucionalidad cubana?, ¿era necesaria la excomunión además de ser excluidos de todos sus cargos en el gobierno y en el partido?, ¿qué garantiza que no haya muchos más funcionarios usufructuando las “mieles del poder” en un país en el que oficialmente el poder no tiene mieles sino puro sacrificio?

La tesis que más circuló en la prensa internacional es que las destituciones de Lage y Pérez Roque y una decena de altos funcionarios claves es una victoria del ala aperturista de Raúl frente al ala conservadora de los “talibanes” proFidel. Es cierto que, desde su llegada al poder, después de la renuncia del líder máximo en 2006, Raúl fue desarmando la institucionalidad paralela del Grupo de apoyo al Comandante en Jefe y su Batalla de las Ideas, un proyecto que además de duplicar instituciones y mostrar una dudosa eficiencia, conllevaba una dosis de voluntarismo –financiado con préstamos blandos venezolanos-- con el que los militares cercanos a Raúl no simpatizan. Pero Lage parece estar lejos de ser un talibán comunista con urticaria al mercado y a la propiedad privada. En un artículo en La Jornada de México, un participante de una reunión en los años '90 entre Lage y un grupo de senadores mexicanos del hoy oficialista PAN, recuerda al entonces responsable de las políticas económicas del período especial posterior a la caída de la URSS como un “Chicago boy” por su “vehemente defensa de la apertura comercial” cubana, que moderó de inmediato su discurso ante una visita sorpresiva de Fidel.

En la misma línea, el anticastrista radical Carlos Alberto Montaner dice haber escuchado decir al entonces presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari y a otra media docena de cancilleres y jefes de Estado que "Lage es el futuro". Y agrega que en esa época, los difíciles años 90, “parece que Lage, en privado, cuando conversaba con los políticos extranjeros, coqueteaba con las ideas democráticas y se vendía como el Adolfo Suárez caribeño”. Tampoco el ahora ex canciller P. Roque parecía ser el “talibán” de la época de asistente de máxima confianza de Fidel y “a los ojos de muchos políticos y diplomáticos extranjeros, incluido el canciller español Ángel Moratinos, se había transformado en un “reformista”. ¿Por eso fueron acusados de haber ilusionado al enemigo? Una versión es que Robaina cayó luego del pinchazo de una llamada telefónica en el que el ex canciller español Abel Matutes le decía "Mi candidato [para la transición] siempre has sido tú".

Pero estos datos tampoco avalan la tesis contrapuesta de parte de la derecha de Miami –obnubilada por su odio a los Castro- de un golpe de los conservadores contra los aperturistas. La simpatía de Raúl Castro por el Doi Moi (renovación vietnamita), que considera al mercado una conquista de la humanidad y no del capitalismo, y propicia una suerte de capitalismo de Estado con control monolítico del poder por el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas, no es ninguna novedad. Con una economía de comando de tipo soviético completamente agotada –lo que provoca, entre otras cosas, la ociosidad de gran parte de las tierras y la necesidad de importar masivamente alimentos- la apertura económica está de uno u otro modo en la agenda de todas las fracciones, el problema parece radicar en que la alianza entre los militares capitaneados por Raúl Castro y los burócratas del PCC comandados por el vicepresidente José Ramón Machado Ventura (políticamente conservadora y económicamente aperturista, con su ritmo y su estilo) no confiaba en los dirigentes defenestrados. "No voy a permitir que gente como tú jodan esta revolución tres meses después de que desaparezcamos los más viejos", le habría dicho Raúl a Robaina al momento de su destitución.

Como recuerda el ex investigador del Centro de Estudios sobre América (CEA), Haroldo Dilla, la elite cubana no fue nunca muy permeable a las nuevas generaciones. Y recuerda un dato adicional: Pérez Roque y Lage construyeron un vínculo con Hugo Chávez que los llevó a llamarlo "Presidente de Cuba" y proponer una utópica federación cubano-venezolana que habría chocado con la escasa simpatía de los altos militares cubanos por el socio rico venezolano. Estos militares –que hoy controlan las empresas más eficientes y rentables de Cuba y hacen alarde de su capacidad de gestión "combinando la organización capitalista con los principios socialistas”- buscan crear una institucionalidad más eficiente y perdurable en el ámbito interno y diversificar las relaciones en el externo. No fue casual la sucesión de visitas de presidentes latinoamericanos en los últimos meses, y el acercamiento a Lula, posible mediador en una –aunque sea limitada-- mejora de las relaciones con Washington en el contexto de la administración de Omaba y del progresivo debilitamiento del lobby anticastrista de Miami y la permeabilidad o incluso adhesión explícita de los cubano-americanos más jóvenes, además de los propios empresarios estadounidenses, al fin del bloqueo. En este marco, la vieja guardia de la Sierra Maestra busca asumir ella misma, con racionalidad burocrática-empresarial, la tarea de la transición y no dejarla en manos de “arribistas”. Y a la vista de sus “reflexiones”, Fidel optó -como con Robaina o Aldana- por bendecir los recambios y excomulgar a los caídos en desgracia. Una pista la dio el politólogo Atilio Borón después de una reunión con el Comandante en Jefe (Clarín, 12-3-09): “Está muy preocupado por el impacto de la crisis en toda América Latina, porque cree que todo el proceso de cierto desplazamiento hacia al centroizquierda o la izquierda de los últimos años va a estar comprometido por una crisis que va a golpear muy fuerte en la región. Fidel es muy buen lector de la coyuntura. Teme que venga un reflujo de derecha en el contexto de la crisis y, luego de haber pasado el periodo especial con la caída de la URSS teme otro momento así”.

Pero, en la misma lógica de las purgas stalinistas y posestalinistas, los desplazamientos de funcionarios no se hacen a medias; es necesario destruir hasta el extremo su credibilidad ante la sociedad para condenarlos al ostracismo. Como advirtió el investigador francés Vincent Bloch, la corrupción generalizada -desde minucias hasta hechos de mayor escala- atraviesa a toda la sociedad cubana, y constituye una forma efectiva de control social. Al no existir medios lícitos que garanticen la sobrevivencia (y a veces ni siquiera el mero cumplimiento de las obligaciones laborales) sin hacer algo que puede ser definido en un momento u otro como “ilegal” –que la ironía cubana llama “inventos”- los cubanos tienen una permanente espada de Damocles sobre sus cabezas. Y las propias élites pueden también ser víctimas de esta lógica: basta escarbar en cualquier expediente para demostrar la “indignidad” de hasta minutos antes meritorios dirigentes revolucionarios. El paso siguiente es la “confesión” con fórmulas echas: inculpación y juramento de lealtad eterna.

Con la batalla ganada, sólo falta formalizar la nueva correlación de fuerzas en el VI congreso del Partido Comunista Cubano en 50 años. Pero la transición que buscará combinar apertura económica y control político ya comenzó. Para ello, los militares –y sobre todo, la Vieja Guardia- parecen más confiables que unos más imprevisibles jóvenes bolivarianos.

Pablo Stefanoni es corresponsal en La Paz de diario argentino Clarín y del cotidiano italiano Il Manifesto.